El ex líder de la mítica banda Talking Heads descubrió hace casi veinte años la bicicleta y desde entonces la convirtió en una herramienta para abordar el ritmo y los secretos de las metrópolis: así, entre gira y gira suele apelar a esta aliada en versión plegable para recorrer el menú de parques, cafés y exposiciones que despliega cada una de ellas.
“Diarios de bicicleta”, editado por Mondadori, funciona como una postal literaria construida a partir de fragmentos que resumen las impresiones de Byrne a su paso por Nueva York, San Francisco, Atlanta o Dallas, así como Berlín, Estambul, Buenos Aires, Manila, Sydney y Londres.
En sus apuntes, el músico consigna con vocación de cronista los sabores, el color y la música que encuentra en cada rincón: por un lado registra edificios, galerías, bares, monumentos, prostíbulos, puentes y parques, pero también medita sobre la censura, la memoria, los estereotipos o la violencia que irrumpe en el paisaje urbano.
Byrne no se priva de analizar la situación política de las urbes –como en el caso de Berlín o Manila- , la globalización, la moda, la arquitectura, la soledad, y los cambios radicales que se registran, todo eso narrado con humor y visión literaria.
Así, el guitarrista descubre para el lector un Denver "desolado", el Berlín que "esconde la sordidez en su fanatismo de orden" o la relación que se establece entre bicicleta y despojo económico.
"En Las Vegas me dicen que las únicas otras personas en bicicleta allí son aquellas que lo perdieron todo apostando. Ellos perdieron empleos, familias, casas y, supongo -el último insulto para un norteamericano-, sus automóviles", apunta en su libro.
A partir de la observación de cómo interactúan los habitantes de una ciudad con la música, la religión y la cultura en general, Byrne expresa sus dudas y sus certezas sobre el mundo, siempre desde la perspectiva de un viajero que se muestra pleno de sentido común y con unas logradas reflexiones sobre la calidad de vida en las sociedades modernas.
Una de las reflexiones que más aparece en la obra es la deshumanización de los países desarrollados: se construyen cada vez más autopistas para evitar atascos, pero lo único que hacen es crearlos y las vías de circulación pueden hacer recorrer en coche media ciudad impregnada de vehículos para llegar a un punto que está a apenas dos calles.
“Se permitió que las vías de trenes que llegaban a poblaciones pequeñas decayeran y murieran”, apunta el músico en alusión al auge del automóvil en detrimento de otros transportes.
Byrne asegura que Londres, Nueva York y Berlín son relativamente amigables con la bicicleta, pero también nos describe sus experiencias en ciudades menos adaptadas como Detroit -la capital mundial del motor- o Los Angeles, emblema distintivo de la autopista.
“Como en muchos otros lugares, yo soy casi el único que anda en bicicleta. una vez más, sospecho que el estatus puede ser una buena razón para explicar esto; andar en bicicleta implica pobreza en muchos países”, apunta.
Esa sensación también lo acompaña en su excursión a la geografía porteña: “No digo que ir en bicicleta sea una cuestión de supervivencia –aunque puede ser una parte importante de cómo podamos sobrevivir en el futuro–, pero aquí en Buenos Aires parece una forma tan sensata de desplazarse que la única explicación que se me ocurre de que nadie pedalee por las calles es cierta aversión cultural”, analiza Byrne.
“Diarios de bicicleta” está dirigido al viajero más genuino y minimalista, a aquel que elige conocer la ciudad sintiendo el calor del asfalto de las calles y el ruido de sus habitantes. (Telam)
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