Un cuento de Violeta Burkart Noe
Guille había elegido despertarse con el celular porque tenía un sonido más amable. Es importante empezar el lunes con un amanecer suave para tener un buen día, pensó. Lo programó para las 8 en punto, lo dejó en su mesa de luz y apagó el velador.
Guille había elegido despertarse con el celular porque tenía un sonido más amable. Es importante empezar el lunes con un amanecer suave para tener un buen día, pensó. Lo programó para las 8 en punto, lo dejó en su mesa de luz y apagó el velador.
Antes
de que sonara la alarma escuchó que caían dos mensajes de texto. Abrió un ojo y
manoteó el aparato.
Mensaje
1, remitente su novia: Acordate que hoy
es el último día para pagar los pasajes de nuestras minivacaciones.
Casi
no le prestó atención porque Flor se lo había dicho unas 400 veces en la última
semana.
Mensaje
2, remitente desconocido: ¿Podés venir
hoy a cubrir un reemplazo en la radio? Es de 14 a 18hs, el programa de Sabrina
Miller.
Esa
era una buena noticia, pensaba medio dormido, medio despierto. Le encantaba la
idea de ir a la radio, pero tenía que faltar a la oficina. Antes de haberse
levantado ya había cambiado su rutina. Mientras se sacaba las lagañas y se
estiraba sonó la alarma, era la hora.
Saltó
y se metió en la ducha. Tres minuto bajo el agua le alcanzaron para decidirse.
Envuelto en la toalla respondió el mensaje de la radio: Voy esta tarde! Mientras terminaba de vestirse escribió a su jefe.
“Hoy no puedo ir a trabajar, disculpas”.
Mientras pensaba qué excusa dar, su jefe le ahorró tener que mentir con un
escueto: OK, después hablamos.
Medio
asustado, medio aliviado dio por cerrado el problema del faltazo y se puso su
mejor camisa, esa que usa los días importantes. Durante el desayuno delineó lo
que haría en el programa. Justo le escribió la conductora estrella con su
propuesta de temas. Guille se puso a buscar información, leer los diarios,
pensar entrevistados, elegir discos. Una vez más iba a coordinar el aire del programa
en esa radio que tanto quería. Hacía tiempo que tenía ganas de largar la
oficina y dedicarse de lleno nuevamente a la radio.
Mientras
preparaba el programa e intercambiaba ideas con la conductora estrella, le
volvió a sonar el teléfono.
-
Señor Guillermo, llamo desde el Centro
Ayres, enseguida le van a hablar. Amigo, soy Max, me podés acompañar al
Hospital, me siento muy mal y acá nadie me puede llevar.
Max
estaba un psiquiátrico hacía casi un año. Luego de pasar por varios institutos,
clínicas y comunidades terapéuticas de la provincia, lo habían trasladado a una
de Capital. Guille era el único amigo (que le había quedado) en la Ciudad y lo
visitaba cuando podía por la clínica.
Después
de escuchar a Max y tantear la gravedad de la situación, decidió ir a verlo hasta
la hora del programa. Salió rápidamente, intentando no olvidar nada de lo que
iba a necesitar más tarde. Una vez en la calle se dio cuenta de que hacía más
frío de lo que pensaba y que hubiera sido mejor salir con campera.
En
el viaje leyó los diarios e intentó concertar entrevistas sobre los temas del
día, un diputado que había presentado un proyecto de ley, alguien del sindicato
de maestros que seguían de paro, un columnista de espectáculos que había
viajado a un festival de cine.
Sale
del Subte D, combina con el tren Mitre, suena nuevamente el celular. Era su
amiga Luciana.
–
Hola Guille, por dónde andás? Nos podemos encontrar?
–
Hola, ahora estoy complicado, te llamo más tarde, dijo queriendo desocupar el
teléfono para atender a la secretaria del Congreso.
-
Tengo algo para vos, decime por dónde vas a andar a la tarde.
-
Gracias Lu, te llamo luego y arreglamos ahora no puedo, cortó de golpe.
Guille
no podía agregar ni una sola cosa más a su recorrido y quería cerrar la nota
con el diputado.
Llegó
a la clínica donde estaba Max internado y firmó que salía bajo su responsabilidad
mientras una interna lo saludaba haciéndole ojitos y otro le preguntaba si era
el padre de Max. Caminaron juntos hasta tomar el colectivo en dirección al
Hospital y al llegar entraron a la sala de guardia.
Max
estaba un poco mejor, comparado con visitas anteriores. Aun así, se notaba que
estar internado en un psiquiátrico no era lo mejor que le había pasado. Ya
hacía un año que no se metía nada, pero por un intento de suicidio en la granja
de rehabilitación lo habían trasladado al psiquiátrico de un día para otro.
Max
dijo que tenía domicilio en Provincia pero estaba internado en la zona del
Hospital.
Cuando
entró un doctor con ambo verde, Max me dijo en voz baja: “los de verde son cirujanos”.
Mientras el médico de la guardia lo revisaba, le preguntó:
¿Por
qué estás internado?
Max
contó tímidamente que había tenido problemas de adicciones.
-
¿Qué consumías?
-
Cocaína.
-
¿Sabés que te complica todo el cuerpo?, dijo en tono suave el médico.
-
Sí, pero ya hace más de uno año que no tomo, dijo Max argumentando a su favor.
-
Pero cuántos años consumiste?
Max
bajó la cabeza, sin responder. El médico le dijo que su dolor no era grave y
podía tomar algún calmante. También le indicó que debería hacerse una ecografía
abdominal lo antes posible, mientras daba explicaciones científicas sobre los
efectos de la cocaína en el cuerpo.
Maldito
hospital público! Pensó Max, mientras caminaba con Guille hacia las oficinas donde
debían hacerle el estudio.
-
La médica que hace las ecografías está de
vacaciones, así que este mes no estamos haciendo, respondió la secretaria sin
dejar de mirar su celular detrás de un viejo mostrador. Guille no llegó a
descifrar qué jueguito la tenía ocupada.
–
Tienen que pedir turno para el mes que
viene en el Hall Central, dijo para despedirlos.
Maldito
hospital público, pensó Guille mientras leía un
nuevo mensaje de la conductora estrella.
Al
parecer la guardia de hospital había sido renovada hacía poco tiempo, pero al
pasar a otras partes del Hospital el escenario cambió repentinamente de color,
olor y textura. Ya no había grandes ventanales, cartelería luminosa, ni paredes
“blanco Ala”. Después de recorrer varios pasillos dieron con el Hall Central donde
cientos de personas esperaban tras una ventanilla ser atendidas para pedir futuros
turnos. Algunos pacientes les informaron que los números se entregaban de 7 a
10 de la mañana.
Eran
las 12. Maldito hospital público, dijeron Guille y Max al mismo tiempo y se abrazaron.
Sabiendo que allí no encontrarían solución al problema, decidieron marcharse.
En
el camino de vuelta a la clínica tomaron un café con medialunas, mientras pensaban
otras alternativas médicas. Al dejar a Max en la puerta de la clínica, Guille prometió
llamar a la tarde para seguir el tema. Max se quedó sin chillar, sabía que no
había mucho más por hacer.
Guille
salió corriendo a la radio. Ya no daría tiempo de almorzar, ni de pasar por su
casa a buscar abrigo. En el camino en tren y subte encontró otro mensaje de su
novia diciéndole que no se olvide de la plata para los pasajes. Ahí mismo se
acordó que ese lunes tenía que buscar un cheque en la tesorería de la oficina,
el aguinaldo impago que había reclamado. Cerró los ojos, como quien cambia de
canal y entró a la radio.
Subió
corriendo, imprimió los guiones y la información que necesitaría para el
programa, mientras se presentaba ante todos sus desconocidos compañeros. 5
minutos antes de salir al aire llegó Sabrina, la conductora estrella.
Al
aire!, informó el operador técnico cuando terminó la cortina de apertura. Guille
conectó la primera entrevista pautada con el Secretario General del gremio
docente, mientras pensaba en el mal funcionamiento de los hospitales públicos y
en sus minivacaciones. Volvió a prestar atención a lo que estaba haciendo, era un
gran esfuerzo acomodarse a un programa que casi no conocía.
Luego
del primer bloque, venía una canción y la tanda publicitaria. Esos 4 minutos de
pausa alcanzaban para arreglar el mate y anticiparle a la conductora lo que
venía en el siguiente bloque.
Suena
el teléfono, su jefe. - “Guille, ¿qué te
pasó hoy?”
Ehhhh… es que tuve que
acompañar a un amigo al hospital, improvisó rápidamente,
mientras trataba de parecer preocupado y que no se escucharan los sonidos de la
radio. Al final, Max sirvió de excusa para justificar el faltazo a la oficina.
-
Bueno, pero quiero que para mañana hagas
esto… esto y esto… bla, bla, bla…
Al
aire! volvió a gritar el operador.
A
las 16 tenía pautada la nota con el periodista que viajó especialmente a Pinamar
para cubrir el festival. Llamó y nadie atendía. Mientras insistía, le avisaba por
señas a la conductora estrella que no lograban comunicarse. Sabrina estiraba y
estiraba el bloque, improvisando sobre cine cada vez con más cara de orto.
Música!, indicó Guille para tapar el bache.
Mientras
intentaba la llamada por vigésima quinta vez, con el auricular en el otro oído elegía
los llamados de oyentes para pasar al aire y revisaba el correo electrónico. Entró
un mail del columnista de cine: Me robaron el celular, estoy incomunicado!
Debía
inventar algo sobre cine, evitar pasar los llamados de los oyentes que se
quejaban y elegir 3 temas musicales más. La locutora entró a leer el
informativo y anunció que la línea D del subte estaba interrumpida porque una
persona se había arrojado a las vías.
Dos
horas y media después terminó el programa. Más allá de los grandes esfuerzos de
Guille por lucirse, no había sido una gran emisión. Sin embargo, nadie se
preocupó tanto como él. La conductora estrella se despidió sin más, sacó su
bicicleta y salió pedaleando con un casco ridículo.
Guille
se retiró cansado. Nadie lo saludó cuando salió de la radio. Cruzó Plaza de
Mayo caminando sin rumbo, no solía andar a esa hora por allí. Se sorprendió con
la iluminación de la Casa Rosada y las rejas que dividen a la plaza en dos. Llegó
a la boca del subte Catedral y recordó al suicida. El subte seguía fuera de
servicio. Hora pico, microcentro, los colectivos iban completísimos. Caminó sin
apuro en dirección al Obelisco, aunque no sabía bien a dónde ir.
Sonó
el teléfono, Flor lo invitaba a cenar. Ahí se acordó de los pasajes, el cheque de
la oficina que nunca cobró y las mini vacaciones. Recalculando buscó el
colectivo que lo acercara la casa de Flor. Antes de llegar compró un rico vino
para explicarle el día que había tenido.
-
Conseguiste la plata para pagar los pasajes, hoy vence la reserva, te acordás?,
fue lo primero que le preguntó.
Dejame
sentarme y te cuento, dijo mientras pensaba cómo explicarle que no había ido a
la oficina, que no había cobrado el cheque y que no había podido pagar los
pasajes. Cuando estaba abriendo el vino volvió a sonar el teléfono. Ella lo
miraba ansiosa y con cara de: “Vas a mirar los mensajes antes de responderme?”
Él
le acercó una copa de vino mientras miraba de reojo el teléfono. Mensaje de
Luciana: Guille, te acordás la plata que me prestaste para arreglar la
camioneta. Me la devolvió el seguro, te la deposité. Gracias.
-
Sí, ya está, Flor, nos vamos la semana que viene, le dijo.
Apagó
el teléfono.