8/6/14

MENSAJES.



Un cuento de Violeta Burkart Noe 

Guille había elegido despertarse con el celular porque tenía un sonido más amable. Es importante empezar el lunes con un amanecer suave para tener un buen día, pensó. Lo programó para las 8 en punto, lo dejó en su mesa de luz y apagó el velador.
Antes de que sonara la alarma escuchó que caían dos mensajes de texto. Abrió un ojo y manoteó el aparato.
Mensaje 1, remitente su novia: Acordate que hoy es el último día para pagar los pasajes de nuestras minivacaciones.
Casi no le prestó atención porque Flor se lo había dicho unas 400 veces en la última semana.
Mensaje 2, remitente desconocido: ¿Podés venir hoy a cubrir un reemplazo en la radio? Es de 14 a 18hs, el programa de Sabrina Miller.
Esa era una buena noticia, pensaba medio dormido, medio despierto. Le encantaba la idea de ir a la radio, pero tenía que faltar a la oficina. Antes de haberse levantado ya había cambiado su rutina. Mientras se sacaba las lagañas y se estiraba sonó la alarma, era la hora.
Saltó y se metió en la ducha. Tres minuto bajo el agua le alcanzaron para decidirse. Envuelto en la toalla respondió el mensaje de la radio: Voy esta tarde! Mientras terminaba de vestirse escribió a su jefe. “Hoy no puedo ir a trabajar, disculpas”. Mientras pensaba qué excusa dar, su jefe le ahorró tener que mentir con un escueto: OK, después hablamos.
Medio asustado, medio aliviado dio por cerrado el problema del faltazo y se puso su mejor camisa, esa que usa los días importantes. Durante el desayuno delineó lo que haría en el programa. Justo le escribió la conductora estrella con su propuesta de temas. Guille se puso a buscar información, leer los diarios, pensar entrevistados, elegir discos. Una vez más iba a coordinar el aire del programa en esa radio que tanto quería. Hacía tiempo que tenía ganas de largar la oficina y dedicarse de lleno nuevamente a la radio.
Mientras preparaba el programa e intercambiaba ideas con la conductora estrella, le volvió a sonar el teléfono.
- Señor Guillermo, llamo desde el Centro Ayres, enseguida le van a hablar. Amigo, soy Max, me podés acompañar al Hospital, me siento muy mal y acá nadie me puede llevar.
Max estaba un psiquiátrico hacía casi un año. Luego de pasar por varios institutos, clínicas y comunidades terapéuticas de la provincia, lo habían trasladado a una de Capital. Guille era el único amigo (que le había quedado) en la Ciudad y lo visitaba cuando podía por la clínica.
Después de escuchar a Max y tantear la gravedad de la situación, decidió ir a verlo hasta la hora del programa. Salió rápidamente, intentando no olvidar nada de lo que iba a necesitar más tarde. Una vez en la calle se dio cuenta de que hacía más frío de lo que pensaba y que hubiera sido mejor salir con campera.
En el viaje leyó los diarios e intentó concertar entrevistas sobre los temas del día, un diputado que había presentado un proyecto de ley, alguien del sindicato de maestros que seguían de paro, un columnista de espectáculos que había viajado a un festival de cine.
Sale del Subte D, combina con el tren Mitre, suena nuevamente el celular. Era su amiga Luciana.
– Hola Guille, por dónde andás? Nos podemos encontrar?
– Hola, ahora estoy complicado, te llamo más tarde, dijo queriendo desocupar el teléfono para atender a la secretaria del Congreso.
- Tengo algo para vos, decime por dónde vas a andar a la tarde.
- Gracias Lu, te llamo luego y arreglamos ahora no puedo, cortó de golpe.
Guille no podía agregar ni una sola cosa más a su recorrido y quería cerrar la nota con el diputado.
Llegó a la clínica donde estaba Max internado y firmó que salía bajo su responsabilidad mientras una interna lo saludaba haciéndole ojitos y otro le preguntaba si era el padre de Max. Caminaron juntos hasta tomar el colectivo en dirección al Hospital y al llegar entraron a la sala de guardia.
Max estaba un poco mejor, comparado con visitas anteriores. Aun así, se notaba que estar internado en un psiquiátrico no era lo mejor que le había pasado. Ya hacía un año que no se metía nada, pero por un intento de suicidio en la granja de rehabilitación lo habían trasladado al psiquiátrico de un día para otro.
Max dijo que tenía domicilio en Provincia pero estaba internado en la zona del Hospital.
Cuando entró un doctor con ambo verde, Max me dijo en voz baja: “los de verde son cirujanos”. Mientras el médico de la guardia lo revisaba, le preguntó:
¿Por qué estás internado?
Max contó tímidamente que había tenido problemas de adicciones.
- ¿Qué consumías?
- Cocaína.
- ¿Sabés que te complica todo el cuerpo?, dijo en tono suave el médico.
- Sí, pero ya hace más de uno año que no tomo, dijo Max argumentando a su favor.
- Pero cuántos años consumiste?
Max bajó la cabeza, sin responder. El médico le dijo que su dolor no era grave y podía tomar algún calmante. También le indicó que debería hacerse una ecografía abdominal lo antes posible, mientras daba explicaciones científicas sobre los efectos de la cocaína en el cuerpo.
Maldito hospital público! Pensó Max, mientras caminaba con Guille hacia las oficinas donde debían hacerle el estudio.
- La médica que hace las ecografías está de vacaciones, así que este mes no estamos haciendo, respondió la secretaria sin dejar de mirar su celular detrás de un viejo mostrador. Guille no llegó a descifrar qué jueguito la tenía ocupada.
Tienen que pedir turno para el mes que viene en el Hall Central, dijo para despedirlos.
Maldito hospital público, pensó Guille mientras leía un  nuevo mensaje de la conductora estrella.
Al parecer la guardia de hospital había sido renovada hacía poco tiempo, pero al pasar a otras partes del Hospital el escenario cambió repentinamente de color, olor y textura. Ya no había grandes ventanales, cartelería luminosa, ni paredes “blanco Ala”. Después de recorrer varios pasillos dieron con el Hall Central donde cientos de personas esperaban tras una ventanilla ser atendidas para pedir futuros turnos. Algunos pacientes les informaron que los números se entregaban de 7 a 10 de la mañana.
Eran las 12. Maldito hospital público, dijeron Guille y Max al mismo tiempo y se abrazaron. Sabiendo que allí no encontrarían solución al problema, decidieron marcharse.
En el camino de vuelta a la clínica tomaron un café con medialunas, mientras pensaban otras alternativas médicas. Al dejar a Max en la puerta de la clínica, Guille prometió llamar a la tarde para seguir el tema. Max se quedó sin chillar, sabía que no había mucho más por hacer.
Guille salió corriendo a la radio. Ya no daría tiempo de almorzar, ni de pasar por su casa a buscar abrigo. En el camino en tren y subte encontró otro mensaje de su novia diciéndole que no se olvide de la plata para los pasajes. Ahí mismo se acordó que ese lunes tenía que buscar un cheque en la tesorería de la oficina, el aguinaldo impago que había reclamado. Cerró los ojos, como quien cambia de canal y entró a la radio.
Subió corriendo, imprimió los guiones y la información que necesitaría para el programa, mientras se presentaba ante todos sus desconocidos compañeros. 5 minutos antes de salir al aire llegó Sabrina, la conductora estrella.
Al aire!, informó el operador técnico cuando terminó la cortina de apertura. Guille conectó la primera entrevista pautada con el Secretario General del gremio docente, mientras pensaba en el mal funcionamiento de los hospitales públicos y en sus minivacaciones. Volvió a prestar atención a lo que estaba haciendo, era un gran esfuerzo acomodarse a un programa que casi no conocía.
Luego del primer bloque, venía una canción y la tanda publicitaria. Esos 4 minutos de pausa alcanzaban para arreglar el mate y anticiparle a la conductora lo que venía en el siguiente bloque.
Suena el teléfono, su jefe. - “Guille, ¿qué te pasó hoy?”
Ehhhh… es que tuve que acompañar a un amigo al hospital, improvisó rápidamente, mientras trataba de parecer preocupado y que no se escucharan los sonidos de la radio. Al final, Max sirvió de excusa para justificar el faltazo a la oficina.
- Bueno, pero quiero que para mañana hagas esto…  esto y esto… bla, bla, bla…
Al aire! volvió a gritar el operador.
A las 16 tenía pautada la nota con el periodista que viajó especialmente a Pinamar para cubrir el festival. Llamó y nadie atendía. Mientras insistía, le avisaba por señas a la conductora estrella que no lograban comunicarse. Sabrina estiraba y estiraba el bloque, improvisando sobre cine cada vez con más cara de orto. Música!, indicó Guille para tapar el bache.
Mientras intentaba la llamada por vigésima quinta vez, con el auricular en el otro oído elegía los llamados de oyentes para pasar al aire y revisaba el correo electrónico. Entró un mail del columnista de cine: Me robaron el celular, estoy incomunicado!
Debía inventar algo sobre cine, evitar pasar los llamados de los oyentes que se quejaban y elegir 3 temas musicales más. La locutora entró a leer el informativo y anunció que la línea D del subte estaba interrumpida porque una persona se había arrojado a las vías.
Dos horas y media después terminó el programa. Más allá de los grandes esfuerzos de Guille por lucirse, no había sido una gran emisión. Sin embargo, nadie se preocupó tanto como él. La conductora estrella se despidió sin más, sacó su bicicleta y salió pedaleando con un casco ridículo.
Guille se retiró cansado. Nadie lo saludó cuando salió de la radio. Cruzó Plaza de Mayo caminando sin rumbo, no solía andar a esa hora por allí. Se sorprendió con la iluminación de la Casa Rosada y las rejas que dividen a la plaza en dos. Llegó a la boca del subte Catedral y recordó al suicida. El subte seguía fuera de servicio. Hora pico, microcentro, los colectivos iban completísimos. Caminó sin apuro en dirección al Obelisco, aunque no sabía bien a dónde ir.
Sonó el teléfono, Flor lo invitaba a cenar. Ahí se acordó de los pasajes, el cheque de la oficina que nunca cobró y las mini vacaciones. Recalculando buscó el colectivo que lo acercara la casa de Flor. Antes de llegar compró un rico vino para explicarle el día que había tenido.
- Conseguiste la plata para pagar los pasajes, hoy vence la reserva, te acordás?, fue lo primero que le preguntó.
Dejame sentarme y te cuento, dijo mientras pensaba cómo explicarle que no había ido a la oficina, que no había cobrado el cheque y que no había podido pagar los pasajes. Cuando estaba abriendo el vino volvió a sonar el teléfono. Ella lo miraba ansiosa y con cara de: “Vas a mirar los mensajes antes de responderme?”
Él le acercó una copa de vino mientras miraba de reojo el teléfono. Mensaje de Luciana: Guille, te acordás la plata que me prestaste para arreglar la camioneta. Me la devolvió el seguro, te la deposité. Gracias.
- Sí, ya está, Flor, nos vamos la semana que viene, le dijo.
Apagó el teléfono.  

16/4/14

Vietato introdurre biciclette

Relato de Julio Cortázar publicado en “Historias de Cronopios y famas” (1962)


En los bancos y casa de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.

Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes. 
De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

NUESTRA PROPUESTA

Este era un espacio para reunir información y opiniones sobre los ciclistas de la ciudad. Buscaba promover el uso de la bicicleta y el respeto a los ciclistas. El objetivo era construir una ciudad sin caos en el tránsito, sin humo, sin sedentarismo. La bici puede ser el mejor transporte cotidiano.
Como mucho no avanzó, se convirtió en mi bitácora de opiniones y experiencias, con un estilo muy catárquico.

BICIS